lunes, 21 de mayo de 2007

Charles Bukowski

Si mal no recuerdo, en mi vida tan sólo he robado dos veces. Bueno, en realidad han sido unas cuantas más, pero esos otros delitos se cometieron a una edad muy temprana, y no pasaron de ser inocentes sustracciones. Pues bien, de esas dos ocasiones que mencionaba recuerdo con especial intensidad la primera. Era domingo, vagaba por las calles arrastrando un mono increíble de rock'n'roll y un enorme agujero en mi maltrecha economía, así que entré en una librería de la cadena Crisol y sustraje -no sin pocos esfuerzos- el cd que acompañaba a la revista Rocksound. Creo que era el número 13 o 14, no me acuerdo bien. Tras pelear con el celofán que envolvía la publicación, me guardé el compacto en la parte delantera de los pantalones, y crucé el sistema de alarma colocado en la salida del establecimiento rezando por que aquéllo no se pusiese a zumbar. No lo hizo. Misión cumplida. Mi segunda vez fue -como dirían los integrantes del gremio de los sicarios- mucho más fácil; sin placer, pero sin apenas nervios. Pero esta ocasión el objeto que motivó mi fechoría no era un sampler con dos o tres temas potentes (Gluecifer, Fu Manchu y poco más se salvaban de la quema de aquel dichoso cd de Rocksound), sino algo mucho más grande: ¡¡un libro dedicado a Charles Buowski!! ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué quien es/fue este tipo?

Este viejales más feo que el demonio es uno de los grandes escritores americanos del pasado siglo. Alemán de nacimiento, pero angelino de corazón (y adopción), 'Hank' Bukowski fue siempre un borrachuzo, un poeta y un pendenciero misógino hijo de puta, pero con sus escritos consiguió tocarle las pelotas a un puñado de funcionarios del Gobierno durante más de dos décadas repletas de excesos, mujeres y escándalos. Su temática marginal, su estilo sucio y sus salidas de tono políticamente incorrectas le granjearon no pocas enemistades con los años, pero hasta el día de su muerte se mantuvo firme en su forma de encarar la vida; es decir, con elevadas dosis de (hiriente) sinceridad, muchas medias verdades, y un humor tan corrosivo como el ácido sulfúrico. Si todavía no has visto el film 'Factótum' (con Matt Dillon al frente) tienes una cuenta pendiente.

Acabo de pasar una corta pero intensa etapa Bukowski y ya estoy contando los días para reanudar la experiencia. El detonante de todo esto ha sido el libro 'Charles Bukowski', un completísimo repaso a la vida, obra y milagros del escritor de la mano de Barry Miles (biógrafo, entre otros, de Paul McCartney y Bob Dylan), que me ha proporcionado muchos momentos de placer. Gracias a la lectura de un par de obras ('Bukowski: una vida en imágenes' de Howard Sounes, y 'Lo que más me gusta es rascarme los sobacos: Fernanda Pivano entrevista a Bukowski') ya conocía con relativa profundidad los principales capítulos de su trayectoria vital, pero el libro de Miles me ha revelado un buen puñado de datos, detalles y cachondas anécdotas que desconocía por completo.

Así, en 1969 registró un disco de poesía para el sello Zapple, la sección experimental de Apple (la empresa discográfica de los Beatles), que -ante el súbito cierre de la filial- finalmente no vio la luz (lo haría en 1993 editado por el sello King Mob). Lo curioso del caso es que, desde el principio, la grabación contó con el beneplácito y el apoyo de los cuatro de Liverpool. Otro hecho interesante es la filiación Nazi de Bukowski durante su adolescencia, una fijación que le llevó a formar parte de la Liga Germanoamericana, un centro de propaganda de Los Angeles que suministraba panfletos antisemitas acerca de la supremacía de la raza aria. Por si fuera poco, en 1936 el joven Bukowski llegó a asistir, vestido con el uniforme nazi completo, a un desfile con antorchas que celebraba el cumpleaños de Hitler.

Hay muchas otras historias. Las que le relacionan con el lado más salvaje del Rock'n'Roll incluyen su pasajera (pero terrible) adicción a la cocaína (de su relación con el alcohol no es necesario hablar dado que siempre fue una constante en su vida), sus recitales de poesía en antros como el Trobadour, el mítico local de Sunset Bulevard escenario de miles de incendiarios shows, o su conexión con The Who, Bono y otros tantos rockeros. En particular resulta cachonda la anécdota que lo relaciona con Pete Townshend. Resulta que Linda King, la última compañera sentimental del escritor, era discípula de Meher Baba, un gurú que también le tenía el seso sorbido al guitarrista de The Who. Linda y Pete se conocieron en un acto organizado por el charlatán religioso en Los Angeles, y a partir de entonces mantuvieron varios encuentros. Ella asistió a varios de los conciertos de la banda de Townshend, e, inmediatamente, Bukowski llegó a la conclusión que en esa relación había algo más que amistad; una apreciación bastante dudosa si tenemos en cuenta que por aquel entonces Townshend pasaba por una época de fuertes adicciones (heroína y alcohol, principalmente), y, por lo tanto, la posibilidad de una aventura amorosa resultaba de lo más remota. De cualquier forma, Bukowski no lo vio así y se encargó de hacerle la vida imposible a su pareja durante una temporada. Pero la anécdota más tronchante es la que le sitúa al lado de Arnold Schwarzenegger, a quien, en 1983, se acercó para saludarle con la siguiente frase: '¡Eres una mierdecilla! Tú y tu puñetero cigarro puro, ¿quién te crees que eres? Sólo porque haces esas peliculillas de mierda, no eres nada especial, cerote megalomaníaco...'.

En cualquier caso, y como nunca tengo suficiente, mis lecturas acerca de este hombre pronto se verán engrosadas cuando pase por mis manos 'Hank: la vida de Charles Bukowski', un libro escrito por Neeli Cherkovski que llevaba años buscando, y que, finalmente, he localizado en una biblioteca próxima.

Y bien, si nunca has leido nada de este coloso de las letras te recomiendo algunos de sus libros de cabecera: 'La Senda del Perdedor', 'Cartero' o 'Escritos de un Viejo Indecente' son un buen comienzo si te quieres introducir en su obra; y un par de canciones ideales para acompañar tu sesión de lectura: 'Dancing On Glass' de Mötley Crüe y 'Demon Alcohol' de Ozzy, una banda sonora, si no del gusto del difunto (él prefería la música clásica de origen alemán), sí de lo más etílica. Ah, y no olvides descorchar una botella, servirte una copa y remojarte el gaznate. Bukowski te lo agradecerá allá donde esté.