Es vox populi que uno de los secretos para mantener una buena voz es la moderación etílica, cuando no la directa abstinencia. Bien, eso le puede servir a tenores, barítonos y demás cantores que aspiran a alcanzar con sus cuerdas vocales todas las notas y registros, pero semejante privación no es de aplicación ni para los clones de Lemmy ni para los voceras del Black Metal. Y es que el trato que debe dispensarse a una garganta capaz de expulsar los más cavernosos bramidos no requiere de mimos o cuidados, sino todo lo contrario. A mayor volumen de contaminantes irrigando el gaznate, superiores los resultados a obtener. Y si los agentes tóxicos son, además, de índole mefistofélica, mejor que mejor.
El bebedizo, en cualquier caso, que mayor difusión ha obtenido entre creyentes y no-creyentes ha sido, y sigue siendo, la cerveza. No por nada, tan gregario brebaje casa con la práctica totalidad de paladares, hallándose presente allí donde se sirven ricas viandas o allá donde se celebre un festejo, una celebración o un concierto. Y bien que lo saben los fabricantes, algunos de los cuales han rendido homenaje al -oh- instigador de tantos abusos alcohólicos mediante marcas y etiquetas de lo más evocadoras. Así, en Bélgica, el zumo fermentado de la cebada se ha bautizado con denominaciones tan anticristianas como Judas, Lucifer, Satan o Duvel (en castellano, diablo); en la vecina Francia con la no menos endemoniada Belzebuth; mientras que en Estados Unidos se ha decorado las cédulas de Stone Smoked Porter y Arrogant Bastard Ale con figuras demoníacas.
Aunque el caso más sorprendente* lo tenemos precisamente dentro de nuestras propias fronteras. Hablo de la Bock Damm, toda ella consagrada a la iconografía más perversa.
Sólo hay que reparar en la imagen del macho cabrío, antaño símbolo pagano que en manos de la Iglesia pasó a referirse a Su Satánica Majestad; o en la estrella de cinco puntas que sostiene el animal entre sus patas (estrella astutamente invertida para que sus aristas no apunten hacia abajo -como sí hace el diagrama de Baphomet en el pentáculo satanista-, convirtiéndola en una inocua estrella de David que echa por tierra cualquier posible sospecha).
Pero el detalle más perturbador se encuentra en la cifra que separa las dos palabras que dan nombre al producto, 1888. Como bien saben los iniciados en el ámbito nacionalsocialista, a los números 1 y 8 le corresponden, respectivamente, la primera y la octava letra del alfabeto; es decir, la A y la H. Descomponiendo la cifra obtenemos 18 y 88, equivalentes a AH y HH, siglas que suelen traducirse por 'Adolf Hitler' y el saludo nazi por antonomasia 'Heil Hitler!'. Tampoco hay que pasar por alto que en alemán 'Bock' designa el término 'macho cabrío', o que la residencia oficial del Fuhrer durante su mandato se encontraba en Munich. Todo ello nos conduce a revelar que Bock Damm es la cerveza ideal para los miembros de la facción más radical del Black Metal, ésa que sostiene su copa con la mano izquierda mientras alza la diestra con la señal de los cuernos. ¡Burp, salud!
(*) Disparatada teoría filonazi fruto del consumo irresponsable de cerveza cornúpeta.