No sé qué andabais haciendo vosotros entre 1988 y 1991, pero durante aquel período servidor anduvo entregándose a fondo a descubrir una serie de discos que contribuirían, en el futuro, a ampliar mis horizontes musicales. Por entonces mis gustos no iban más allá del metal más ortodoxo (Judas, Maiden, Accept), el sleaze angelino (Mötley, Ratt, Poison) y el thrash procedente de ambos lados del Atlántico (Metallica, Kreator, Anthrax); y la verdad sea dicha, con semejante menú de tres platos mi régimen de acordes y corcheas, además de equilibrado, me proporcionaba energía y emoción a raudales. Pero algunas cosas estaban a punto de cambiar. En breve, el grunge (y con él, los sonidos menos agresivos) reinaría en medio mundo, y cientos de bandas metálicas se verían arrastradas a tomar tres caminos: reconvertir sus planteamientos, desaparecer o mantenerse firmes y condenarse al ostracismo.
Pero no pretendo hablaros de la gran crisis del metal en los 90, sino de un fenómeno paralelo -mucho menos mediático, y un tanto anterior en el tiempo- que me condujo a probar nuevas alternativas sonoras. Y es que resulta que, poco antes de la fiebre que se propagó desde Seattle, introduje en mi dieta una serie de discos que, a mi juicio, me prepararon para encajar lo que, en breve, se nos vendría encima. Os hablo de obras como 'Perfect Symmetry' y 'Parallels' de Fates Warning, 'Gutter Ballet' y 'Streets: A Rock Opera' de Savatage, 'Operation: Mindcrime' y 'Empire' de Queensrÿche, 'Images and Words' de Dream Theater, 'Control And Resistance' de Watchtower y tantos y tantos otros. Masterpieces (algunas en clave prog, otras con el sinfonismo como bandera) que, por irónico que parezca (¿se os ocurren dos subgéneros más dispares entre sí?), me abrieron mentalmente al rock más introspectivo de bandas como Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y derivados. Aunque tampoco hagáis demasiado caso a esta descabellada teoría que se me acaba de ocurrir. Yo mismo dudo de la validez de esta supuesta conexión entre el mundo prog y el planeta grunge...
En cualquier caso, mi primer contacto con Fates Warning se produjo a mediados de los 80, a través de una cinta de cassette que me prestó un colega; concretamente una recopilación -con temas de Tankard, Fuck Off y varios secundones más- que incluía el tema 'Kyrie Eleison', perteneciente al disco 'The Spectre Within' (1985). Lo cierto es que no sé muy bien qué me llamó la atención de aquella canción, pero os aseguro que no fue el timbre de voz de su cantante, igual o más irritante que el del ex-Agent Steel John Cyriis, otro sujeto que posee el don de sacarme de mis casillas cada vez que abre la boca. Por aquel entonces las tareas vocales en los Warning corrían a cargo de John Arch, una especie de Mónica Naranjo en clave metálica (y a sus excesivos agudos me remito) que grabaría los tres primeros discos de la banda ('Night on Bröcken' de 1984, 'Awaken the Guardian' de 1986, y el arriba mencionado).
No pasó mucho tiempo hasta hacerme con unos cuantos discos de la banda. La primera vez, además, por partida doble: 'No Exit' (1988) y su debut, 'Night on Bröcken'. Dado mi problema con su vocalista es evidente que este último no cumplió mis expectativas (sonido demasiado deudor de Maiden y crispantes agudos del cantante), lo cual no impidió que, poco después, me agenciase su tercera entrega, 'Awaken the Guardian', con el cual -esta vez sí- puse definitivamente punto final a mi relación con el señor Arch (y es que, a pesar de que en este disco la banda hace gala de una personalidad propia bien definida, lejos de cualquier reminiscencia con la Doncella, la voz del fulano es superior a mis fuerzas). 'No Exit', en cambio, rebasó mis pronósticos más optimistas. Admito que, a día de hoy, es un disco que tengo muy abandonado, y soy consciente que los más jóvenes lo encontrarán ampliamente superado, pero en aquellos años significó un intenso soplo de aire fresco. No inventaban nada nuevo, eso seguro (los temas de veinte minutos divididos en varias partes ya habían sido ampliamente explotados por Pink Floyd o Rush en el pasado), pero, en el ámbito del metal underground, semejante grandilocuencia les convertía en pioneros. Y luego estaba la distintiva voz de Ray Alder, con un registro no apto para todos los paladares pero que, sin embargo, a mí siempre me ha parecido un gran cantante (sólo hay que pinchar las versiones que grabara de 'In Trance' de Scorpions o 'Beyond the Realms of Death' de Judas Priest para constatarlo).
Los siguientes títulos en llegar a mis manos fueron 'Perfect Symmetry' (1989) y 'Parallels' (1991), dos discos con los que cortaban por lo sano con la tralla acerada de sus anteriores obras para arrimarse a sonidos mucho más melódicos, limítrofes con el AOR más comercial. Dicho distanciamiento del heavy más primigenio quedó subrayado con la incorporación de un nuevo baterista, el inmenso Mark Zonder, quien, con sus complejos y precisos ritmos, además de aportar un toque progresivo realmente high-class, añadió cientos de matices al sonido global de la banda. De todo ello se desprende que estos dos trabajos sean, sin género de duda, las crestas de su cima creativa.
'Inside Out' (1994) y 'A Pleasant Shade of Gray' (1997) les seguirían de cerca en sus planteamientos, con otro derroche de genialidad y técnica difícil de superar. Pero en este tramo final de los 90 me sumerjo de lleno en el Universo Popular 1, y con dicha zambullida una oleada de nuevas bandas (o al menos novedosas para mis oídos) se instalan en mi equipo de música. Social Distortion, Monster Magnet, Turbonegro, Supersuckers, Toilet Boys, Zeke, Backyard Babies... Es hora de aparcar la ampulosidad y abrazar la inmediatez, los decibelios y la chispa rockera. A pesar de todo, a Fates Warning no les pierdo la pista. Paso olímpicamente de detenerme en sus siguientes discos, eso sí -el doble en directo 'Still Life' (1998) y 'Disconnected' (2000)-, pero al menos les sigo desde la distancia.
En noviembre de 2004, mientras me hallo aportando mi granito de arena en la revista This is Rock, me envían el promo de 'FWX', el décimo disco de estudio de Matheos, Alder & Co. No exagero si digo que aquéllo no hay por donde cogerlo. Terrible de verdad, lo juro. No quepo en mi asombro, así que me hago con 'Disconnected', su anterior referencia, para comprobar si el declive que muestran en su más reciente obra les viene de lejos o es algo completamente nuevo. Con desagrado certifico que el dique se secó con el cambio de milenio. Definitivamente, es el momento de dar carpetazo al sopor y el hastío que me provocan los Warning, y hacer borrón y cuenta nueva. Adiós, amigos.
Pero... ¡oh, sorpresa! La despedida no es definitiva. La noticia hace unos meses de su visita a suelo hispano me pilla totalmente desprevenido. '¿Qué hago: voy o no voy?' En un principio opto por pasar de ellos, pero el día antes del evento me da un calentón y cambio de opinión. 'Coño, ya sé que están en horas bajas, sí... ¡pero es que son Fates Warning! Lo mismo no se me presenta otra oportunidad en la vida'. Con este ultimátum grabado en la cabeza está claro por donde voy a salir: tengo que asistir a ese concierto. Aunque me duerma de aburrimiento...
El día D llega, y ahí estoy yo, en la Sala KGB, comprando el ticket en taquilla. 25 napos. Adiós mi dinero y que sea lo que Dio quiera. Me convenzo de que, aunque la banda se halla estancada y en horas bajas, como mínimo interpretarán un buen puñado de clásicos. Al fin y al cabo es la primera vez que pisan el país, así que qué menos que dar un repaso a sus principales composiciones. Y qué demonios, aunque no sea así, por fin podré ver de cerca a cinco músicos excepcionales que tantas alegrías me han dado en el pasado.
A los pocos minutos de iniciarse el show comprendo porqué Fates Warning siempre fueron unos secundones: les falta carisma, entrega y saber estar. O, dicho en plata, son unos sosos de cojones. El único que se salva de la quema es el bajista Joey Vera (auténtico clon de Angelo Moore de Fishbone), a quien de vez en cuando se le iba la pinza de forma muy saludable. ¿El resto de miembros? Mal, muy mal. Matheos parecía estar disecado, Aresti con cara de susto, y Ray Alder con escasísima presencia escénica. Desgraciadamente esa actitud duró hasta el final del concierto, 90 minutos más tarde. Pero ése no fue el único factor mejorable: el sonido fue pobre, y el set-list dejó fuera muchas piezas imprescindibles, cediendo su lugar a soporíferos temas actuales. Lo único positivo: al ser su última fecha de la gira, nos regalaron un par de temas adicionales en los bises. Algo es algo, pero supo a poco.