Mucho de mugre y furia
La muerte hace unas semanas de Ron Asheton, además de llegarme con retraso, me pilló en plena lectura de 'The Stooges. Combustión Espontánea. Un Instante de Eternidad y Poder (1965-2007)', jugosa biografía perpetrada por un Jaime Gonzalo que, a la manera del célebre 'Por favor, mátame', articula la historia de la banda partiendo de una completa selección de declaraciones; con la particularidad de que Gonzalo, a diferencia de Legs McNeil y Gillian McCain, no se limita a recopilar las palabras vertidas por los protagonistas y por la variopinta fauna de secundarios que gravitaron alrededor de los de Ann Arbor, sino que interviene en la narración intercalando matizaciones, opiniones personales y puntos de vista. Y es en este particular en que la lectura de 'Combustión Espontánea' puede suponer un escollo a los lectores que, como yo, no estamos habituados a tirar de diccionario cuando nos encaramos a un texto de Rock. No sólo el excesivo academicismo de su prosa contrasta como la noche al día con el tono coloquial empleado por los entrevistados, sino que es pedante y farragoso, cuando no en ocasiones ininteligible.
Sin embargo, y al margen de este tufillo cultureta, las 250 páginas del tomo se leen con regocijo e interés. Más que nada porque la historia de Ostenberg, los Asheton y compañía no es precisamente un cuento de color rosa. Sexo, violencia, droga(s) y pecados capitales fueron la constante tanto durante sus años de esplendor como en los de decadencia, dos etapas que, depende de qué aspecto contemplemos -el artístico y el moral-, confluyeron en el tiempo solapándose mútuamente. Así que, que no te confunda el toque glammy de la purpurina en su portada: 'The Stooges. Combustión Espontánea' tiene más claroscuros que toda la obra de Velazquez junta.
En cuanto al contenido del libro, lo realmente importante os lo dejo a vosotros. Por mi parte no desvelaré más detalles que algunos puramente anecdóticos; como, por ejemplo, que Ron Asheton tuvo una vida paralela dentro del cine, acotando su radio de acción -a diferencia de Iggy- a la serie B más zetosa; que, junto al road manager y posterior bajista Jim Recca, Ron constituyó la facción limpia-de-drogas-duras dentro del seno de la banda, convirtiéndose la pareja en los directos antecedentes de Paul Stanley y Gene Simmons frente a los alocados Peter y Ace (con quien, curiosamente, Ron compartía su afición a vestirse de oficial de la Gestapo); y, por último, que los Stooges cuentan con su propio museo, el Stooge Wax Museum, una mansión victoriana ubicada en el 1520 de Hill Street (Ann Arbor) que atiende además como tienda de souvenirs, sala de proyecciones (puede verse la filmografía completa de Ron) y bar-restaurante.
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Y como réquiem, nada mejor que el 'TV Eye' entonado en el Cincinnati Pop Festival de 1970, el cual incluye una de las imágenes más impactantes, contundentes y definitivas del Rock, la de Iggy erguido sobre el público, apuntando a la lejanía con su dedo. ¡Si hasta hay camisetas de Zara que inmortalizan ese momento!