Hace unos días, en un episodio de la teleserie 'The IT Crowd' se ejemplificaba con un 'destierro a Siberia' el acoso al que poco a poco se está sometiendo a los habituales -y como es mi caso, a los ocasionales- de la nicotina. Y es que los tiempos en que el papel de chico cool se adjudicaba a los precoces fumadores quedaron muy atrás; ahora, lo más 'in' es calarse unos pantalones 'cagados', enseñar los gayumbos y dominar con dos dedos de la mano todas las opciones que ofrecen los móbiles de última generación. Ver para creer.
Pero, ¿a cuento de qué viene todo esto? Simplemente a que, de haberse formado hace una o dos décadas, los malagueños The Smokers podrían haber contado -tal como hizo Slash y sus omnipresentes paquetes de Marlboro en las sesiones de fotos de 'Use Your Illusion 1&2'- con la sponsorización de Tabacalera o alguna marca de tabaco de renombre. De haber sido así, seguro que no tendríamos que haber esperado tres largos años para ver editada la continuación de su debut 'Giving Up' (2004). Pero estamos en 2007, esto es España y el tabaco está muy, pero que muy mal visto. Cof, cof... que me lo digan a mí.
Y bien, a la hora de escribir las siguientes líneas podría haberme dejado arrastrar por la corriente y decir que 'Still Giving' (2007) supera de largo a su predecesor, pero no ha sido así; como un técnico de laboratorio, me he imbuido de un espirismo casi científico y he sometido a escrutinio ambas obras, buscando sus puntos fuertes y débiles y comparando sus virtudes y sus defectos. Y me alegra decir que la ópera prima no supera la comparativa. Pero el resultado de tan clínico análisis no se traduce en que 'Giving Up' fuese un disco malo; yo mismo en su momento me ocupé de redactar una reseña para la revista This is Rock y recuerdo que no lo dejé en absoluto mal parado, pero admito que, desde entonces, pocas veces he repetido la escucha. Afortunadamente, su segunda entrega discográfica no correrá la misma suerte. De hecho, me huelo que 'Still Giving' seguirá sonando a menudo en mi equipo de aquí a unos cuantos años.
Lo mejor de todo es que este alargamiento de la vida útil del disco no se ha debido a un intento por adecuar su estilo a los sonidos actuales (a los ecos a Mötley Crüe y Guns N' Roses se han sumado los de Black Crowes y Whitesnake), sino a que han conseguido amplificar de manera exponencial todo lo bueno que se intuía en su debut, mejorando el sonido, los arreglos, y sobretodo las canciones. En cuanto a éstas, cada uno tendrá sus preferidas, pero a mí me pierden las de la franja central: 'Time', 'Rock Star', 'Blind Man' y 'The Talent'. Soberbias. En este punto, sólo me queda poder ratificar mis elogios con una demostración en directo. Hasta que ese momento llegue, ¡arriba el as de picas!
Al parecer, su debut 'Son Of Armaggedon'(2006) seguía unos derroteros más alternativos, pero con esta continuación han preferido ahondar en sus influencias ochenteras y ponerlas al día con apuntes a algunas bandas de los 90's. Y lo que bien podría haber quedado como un refrito carente de toda gracia, al final se hace valer merced la labor de sus componentes, músicos veteranos de la escena helvética militantes en bandas tan dispares entre sí como Pure Inc y Gurd, quienes desde hace un par de años han unido esfuerzos en este proyecto a jornada parcial llamado The Order.
Entrando ya en el contenido del disco, éste no podría comenzar con mejor pie; los 18 segundos de la intro 'Welcome To The Metal Casino' nos dan la bienvenida con todo un homenaje por parte del vocalista Gianni Pontillo (no sé si casual o intencionado) a Dee Snider. Pero no penseis que Pontillo se dedica a plagiar a troche y moche; a lo largo de la escucha queda bien patente que su voz rasgada posee una entidad y una presencia que no admite juicios. 'Mama I Love Rock'n'Roll' abre el repertorio de temas con velocidad y energía, con unos riffs muy al estilo de Annihilator, pero cuenta además con uno de los mejores estribillos que nos ha dado 2007. Es jodido decirlo, pero tan grande me parece que después de esta canción el disco deviene cuesta abajo. El siguiente tema, 'Satisfaction', no sólo nos recuerda que Zakk Wylde y sus Black Label Society han creado escuela dentro del Metal con sus personalísimos guitarrazos, sino que The Order saben manejarse en toda clase de tesituras. A continuación, el hard-rock simple y vacilón responde a la perfección a la petición del croupier de 'hagan juego, señores' con 'Bridges Burning'; seguidamente, 'My Last Goodbye', un poderoso medio tiempo dividido en dos partes en el que el guitarrista Bruno Spring se luce tanto a la acústica como a la eléctrica, sube la apuesta; para finalmente ser la coverdaliana 'In The Heat Of The Lonely Night' la encargada de barrer las fichas de la mesa a ritmo de power-ballad. Desgraciadamente, a partir de aquí ninguno de los siguientes temas tiene el impacto de cortes anteriores. Aún así, la melódica y afilada a partes iguales 'Down With The Rain' no es de las que merezcan pasarse por alto, al igual que la rockera 'Let The Good Times Roll'. La pieza final 'Little Wings', otro potente medio tiempo de tintes épicos, pone la guinda a un disco que, si bien tiene algo de relleno (las anodinas 'Forever' y 'Broken Days'), garantiza 40 minutos la mar de entretenidos.
Pero que no se achiquen los más frioleros, con Helltrip tenemos el calor asegurado. Gracias a su rock enérgico, este cuarteto uniformado es capaz de ponerte patas arriba en menos que canta un gallo. Y lo hacen compaginando el idioma de Shakespeare con el de Cervantes (tan sólo hay un tema en castellano, 'Animal', ¡pero menudo tema!).
De aquí a unos días los tendremos de nuevo en el blog con una extensa entrevista, pero si quieres ir abriendo boca qué mejor que visitar su
Sólo añadiré que tras las intensivas escuchas se ha reafirmado mi impresión sobre Billy Duffy: peca de la misma altivez que el gilipollas de su compañero Ian Astbury. ¡Mira que negar la influencia del 'Undercover of the Night' de los Stones en el riff de su tema 'Dirty Little Rockstar'! Un poco de humildad, compadre; y más cuando el parecido resulta tan evidente que te golpea en plena cara. 'No es el mismo (riff), es similar' dice. Quién sabe, lo mismo su oído capta frecuencias que al resto de los mortales se nos escapan...
Hace unas semanas le comentaba a mi colega Víctor que el fondo musical que le va como anillo al dedo a la lectura de las andanzas y correrías de Lobo es algo de buen Heavy Metal. Él, en cambio, defendía que lo ideal es pinchar algún disco de Jesus & Mary Chain. ¿Jesus & Mary Chain? ¿Os imagináis algo así? Yo desde luego que no. Y no tiene nada que ver que la estética del sanguinario czarciano case con el atuendo motero, que su logo metalizado recuerde al de muchas bandas metálicas, que los tatuajes que luce en el rostro sean un claro homenaje al maquillaje de Alice Cooper, o que en algunas viñetas de sus aventuras las paredes de los callejones más infectos de la galaxia aparezcan garabateados con graffitis de Slayer, Suicidal Tendencies o Nuclear Assault... Todo eso poco importa. Lo que define a Lobo como una criatura de Heavy Metal es simplemente una cuestión de actitud. Y Lobo la derrocha en cantidades industriales.
Si jamás habéis tenido contacto con Lobo -aka El Hombre o The Man (no confundir con César Martín, al que se le conoce con ese mismo apelativo en determinados círculos)-, gracias a la reedición que está llevando a cabo Planeta DeAgostini estáis a tiempo de resarciros de vuestro error. La cuarta entrega ya está en los kioskos y librerías especializadas, y a pesar que el apartado gráfico prescinde de la labor de Bisley, el humor cáustico y vitriólico del guionista Alan Grant compensa esa ausencia, proporcionando gratos momentos de desatada ultraviolencia hipertrófica. Prometen ser 14 tomos repletos de sangre, vísceras y diversión, todo un festín para los amantes del humor grueso más desenfrenado y caricaturesco. El fondo musical, eso sí, corre por tu cuenta.
Por cierto, el disco que me gusta pinchar como banda sonora a la barbarie que desata Lobo en cada página es 'Tattoed Beat Messiah' de Zodiac Mindwarp & The Love Reaction (la frase 'I was Mickey Mouse with a chainsaw' cobra un sentido único mientras contemplo a Lobo descuartizando todo lo que se le pone por delante), algo que los conneiseurs sabrán que está muy, pero que muy lejos del rollo indie de mi colega. Aunque, si en algo estamos de acuerdo indies y rockeros, es con la sentencia que canturreaba Frank Black al frente de los Pixies: '...Here comes the Man...'.
No se nos escapa que el Metal cuenta con una galería de personajes estrambóticos más grandes que la vida. Precisamente, una de esas criaturas es The Great Kat, una auténtica virtuosa de la guitarra y el violín que no tiene bastante con restregar constantemente su superioridad en ese campo frente a sus adversarios masculinos, sino que también gusta de demostrar que en cuestión de sexo (un terreno donde normalmente el hombre, aunque suene paradójico, suele llevar los pantalones) ella también está por encima. Con su aspecto de amenazante dominatrix, esta amazona de larga y rubia cabellera exhibe a sus esclavos en sus shows, auténticos aquelarres donde la sangre, la sumisión y los aullidos tienen la misma importancia que las sinfonías clásicas que interpreta a ritmo de speed metal. Pero que nadie se lleve a engaño; The Great Kat no es ninguna abanderada del feminismo. El culto que hace de sí misma sólo obedece a una postura vital: alimentar su ego.
Y si bien su capacidad técnica está fuera de toda duda, los resultados obtenidos en forma de disco son bastante desiguales -por no tacharlos directamente de nefastos-. Su sonido es cutre, chirriante, estridente... Para que os hagais una idea, y buscando un símil patrio igual de bizarro, The Great Kat es al Metal y al Clásico lo que Camela al flamenco y la rumba: un completo desastre. Estoy convencido que si sus ídolos musicales (Vivaldi, Liszt, Paganini, Beethoven, Wagner, Rossini, ...) levantasen cabeza no aprobarían en lo más mínimo lo que la pequeña Kat está haciendo con su obra.
Desgraciadamente, a excepción de su ego, todo en el universo de The Great Kat es a pequeña escala. La producción de sus discos se sitúa bajo mínimos, con unas orquestaciones que no son reales, sino a base de MIDI's sintetizados. Sus últimos trabajos ni siquiera son LP's en toda regla; son EP's que reunen de 7 a 4 temas, y que en el mejor de los casos apenas duran 11 paupérrimos minutos. Por no hablar del timo que supone 'Extreme Guitar Shred', un dvd que reúne un total de 6 videoclips y tiene una duración de ¡¡12 minutos!! De los extras mejor ni hablamos. Pero lo peor es el aspecto visual del dvd, más propio de una peli porno del salvaje Thomas Zupko que de un producto musical. Es más, da la impresión que de un momento a otro va a hacer acto de presencia una polla erecta lista para ser 'destripada' por la dulce Kat.
Y es que esta tipa da realmente miedo. Igual o más gesticulante que el Chris Holmes de clips como 'I Wanna Be Somebody' o 'L.O.V.E. Machine', The Great Kat va incluso unos cuantos pasos más allá que W.A.S.P. A su gusto por las calaveras, el cuero negro y hacer gárgaras con sangre se suman, como ya he dicho, su pasión por el sadomasoquismo, el satanismo de serie Z y un patriotismo belicista que apesta a ultraderecha. Si Blackie Lawless y los suyos se convirtieron en la diana predilecta de la adorable Tipper Gore y su PMRC, no cuesta imaginar el nivel de acoso que hubiese padecido la pobre Kat de haber contado con el aparato de promoción que respaldaba a W.A.S.P. en sus inicios. La hubiesen colgado de las tetas.
A lo pocos meses de editarse, y ante la insistencia de algunos redactores de Popular 1, me acabé comprando a ciegas 'Devil Without A Cause'(1998). Terrible decepción. Y es que jamás logré entusiasmarme con singles como 'Badwitdaba' o 'Cowboy'. Con posterioridad, y a medida que el rapero vaquero publicaba nuevos trabajos, me los fui descargando de la Red. Sobra decir que no compré ninguno de ellos. Finalmente, tras tantos intentos ha tenido que ser 'Rock'n'Roll Jesus' el disco que, por fin, ha despertado mi admiración hacia Kid Rock. Y que conste que con ésta, su última entrega, el bueno de Kid no ha abierto nuevas vías en su abanico sonoro. Todos los palos que venía tocando hasta el momento siguen aquí: rock de carretera, soul, blues, gospel, country, southern, metal, hip hop... La principal diferencia es que, con este álbum, KR se muestra más inspirado que nunca. No sólo ha inyectado frescura a su música sino que ha sabido llevar sus influencias un paso más allá, consiguiendo momentos realmente intensos. Aunque no todo se sitúa al mismo nivel (no estoy hablando precisamente de un disco perfecto). A mí, por ejemplo, me sobra el tema 'Sugar' y su sobredosis de samples, scratches y ritmos sincopados (aquí entramos en el terreno de los gustos personales, pero prefiero al Kid Rock que rinde tributo a sus ídolos sureños que el que homenajea a los gangs callejeros); y se echa en falta un mayor equilibrio entre los temas; sólo hay que escuchar la segunda mitad del disco para darse cuenta que entre tanto medio tiempo y balada hace falta un corte potente y rockero que rompa esa tónica.
30 años en el negocio son demasiados. Hay quien lo lleva mejor o peor, y hay a quien al final le acaba pasando factura. Es el caso de Brian Vollmer, el cantante y líder de Helix. Por lo visto el hombre no se conforma con la pasta que gana dando clases de Bel Canto, o animando bodas, bautizos y comuniones, no... El bueno de Brian se nos ha hecho algo codicioso (a la vejez, viruela), así que, ¡qué mejor que sacarle unos cuantos pavos a los incautos fans! Ni corto ni perezoso edita a finales de 2006 'Get Up', un EP de siete temas publicitado como el adelanto de su próximo disco, y al cabo de los meses nos llega 'The Power of Rock'n'Roll' (2007), o lo que es lo mismo: 'Get Up!' más 4 míseros temas nuevos. Manda güevos. Por esta vez le vamos a exculpar de cualquier cargo porque las 11 canciones son canela en rama, pero esto de sablear por duplicado al pobre aficionado, Brian, te va a costar la entrada en el Cielo.
Hasta el momento me lo había callado como una mala puta, pero desde que ese EP cayera en mis manos las aspas de la Hélice canadiense han estado sobrevolando mi cabeza sin cesar, venga dale-que-te-pego, ni un puto día de tregua. Es más: si la última fiesta que montaste no estuvo a la altura de las circunstancias fue porque te dejaste un cd en casa. ¿Cual? Coño, acertaste: el dichoso 'Get Up!'. Si es que estos canadienses son party animals, amigos, party animals...
Si has visto el documental 'Metal, A Headbanger's Journey' seguro que te acuerdas de Chuck Klosterman y sus cachondas intervenciones. Y es que los dos minutos de gloria de protagoniza este gafapasta con pinta de indie empollón contiene perlas como su particular teoría del porqué Gene Simmons y Paul Stanley crearon KISS Army, o desvelar la causa última que llevó a los dos suicidas más famosos del Heavy Metal a volarse la tapa de los sesos tras escuchar 'Suicide Solution' de Ozzy (según Chuck, la clave reside en que, simplemente, los chavales no leyeron con atención el texto de la canción).
Pues resulta que este graciosillo con pinta de meapilas es el editor del magazine Spin y el artífice de unas cuantas novelas de temática rockera. Una de ellas, conocida por los lectores de la revista Rock Hard -dado que apareció reseñada en el número 2 de la misma-, es la inédita en España 'Fargo Rock City: A Heavy Metal Oddyssey in Rural Nörth Daköta'; y la que un servidor se ha leído recientemente: 'Pégate un tiro para sobrevivir' (Editorial Mondadori) o la crónica de un viaje de 6.557 millas que emprendió el autor para confeccionar un artículo cargado de mitología, morbo y muerte: '100 lugares donde murieron estrellas del Rock'.
En el libro, desgraciadamente, no se mencionan esas 100 localizaciones, pero sirva de ejemplo algunas de las que sí tienen presencia en sus páginas:
En West Warwick, localidad situada en Rhode Island, un incendio provocado por un fallo en la pirotecnia durante un show de Great White se llevó por delante 100 almas rockeras y los cimientos del Club Station. Hoy día, en el solar que antiguamente ocupaba el aparcamiento del club hay un centenar de cruces de madera de roble en homenaje a los caídos. La madera, curiosamente, formaba parte del escenario de la sala. Y hay más, la población al completo de West Warwick odia profundamente a Jack Russell, el vocalista de los White, a quien considera un cobarde y un hipócrita. Desde aquí, Jack, un consejo: no te acerques a West Warwick o acabarás -en el mejor de los casos- cubierto de alquitrán y plumas.
Dicho esto, y corregido ese desliz, vuelvo al presente con Spice and The RJ Band, la primera aventura enteramente en solitario de este sueco barbudo amante de los sonidos setenteros. Y es que, a pesar de que en este 'The Will' nuestro protagonista se ha hecho acompañar de un par de viejos conocidos suyos (el baterista Bob Ruben y el bajista Johan, las iniciales de los cuales dan pie a al acrónimo RJ), según Spice éste es su disco más personal y en el que ha podido dar rienda suelta total a su creatividad. ¡Y vaya si se nota! Las influencias fluyen con absoluta libertad, a sus anchas, dando pie a temas en los que predomina la inspiración psicodélica y hard-rockera más encallecida, pero que también mira de soslayo al blues y al soul.
Y es que, por mucho que se pueda leer por ahí, en 'The Will' no hay stoner que valga; ni ecos de desierto, ni cuelgues instrumentales ni fuzz sobresaturado. Sí hay, como ya digo, muchas influencias, todas ellas tamizadas a través de una espesa nube de humo de aroma opiáceo. Un colocón digno de comuna hippie pero, ojo, con los pies firmemente plantados en el presente. Y es que, a diferencia de otros artistas que intentan por todos los medios recrear las producciones de antaño, Spice se decanta por un sonido más o menos moderno (escucha 'All I Know' y me darás la razón).
Me resulta casi imposible destacar unos temas sobre otros, pero si el tándem lisérgico 'Hold On' y 'The Will' (con un desarrollo instrumental que hará las delicias a los seguidores de Spiritual Beggars) no te dice nada, un medio tiempo inclasificable del calibre de 'Like A Rose' te deja frío como una piedra, o cañonazos de la potencia de 'Pick A Rose' o 'Fat Snakes And Robots' no te aceleran el pulso, mejor abandona el Rock y dedícate a coleccionar sellos.