Still Open
Quería dedicarle unas palabras a The Doors desde hacía una buena temporada, y no, no fue la portada del Popu del mes pasado lo que me incitó a ello; lo que motivó mi interés se remonta un par de meses atrás en el tiempo; concretamente a mi paso por París a finales del pasado marzo. Y bueno, para qué os voy a engañar, de la capital francesa me sorprendieron muy gratamente sus calles, sus monumentos y demás, pero sería incapaz de confeccionar una lista de tres lugares de interés rockero. Cosa realmente absurda, por otra parte, porque París está muy lejos de ser New York o Los Angeles, pero allá donde voy siempre me empeño en intentar localizar alguna dirección que rockee. Sin que suene a reproche, tal vez si la compañía hubiese sido otra me hubiese adentrado en las entrañas de las Catacumbas parisinas, pero la idea de recorrer a pie varios kilómetros de pasadizos subterráneos rodeado de montones de huesos humanos es algo que no a todo el mundo seduce por igual. Desgraciadamente, las cuatro jornadas que pasé en la Ciudad de la Luz no dieron más que para chequear -no sin envidia- la agenda de conciertos (¡¡John Fogerty!! y ¡¡Buckcherry!!, quienes actuaban el día después de mi marcha, lástima), y visitar el cementerio de Pere-Lechaise, camposanto de obligada peregrinación puesto que allí, entre varias docenas de ilustres personalidades del mundo de la política, las ciencias y las artes, se halla el último reposo de James Douglas Morrison, más conocido por todos como Jim Morrison. Confieso que una vez allí, delante de esa pequeña parcela funeraria al cobijo de enormes panteones, no me vi ni mucho menos abrumado por la emoción, ni siquiera asaltado por algún sentimiento en particular. Yo es que para estas cosas soy un poco frío, la verdad... Lo único que me chocó fue constatar que la lápida de Jimbo es la única que cuenta con un servicio permanente de vigilancia. En cambio, un detalle que no había pasado por alto es que, diariamente, fans venidos de todos los rincones del mundo depositan en su tumba muestras de duelo y respeto. Flores, fotos, cartas de póker, cigarrillos, gafas de sol... Ofrendas espontáneas algunas, estudiadas muchas otras. En el momento de mi comparecencia no tenía a mano nada que valiese la pena ofrendar, así que hice las fotos de rigor y me marché. Qué más da; al fin y al cabo cada día limpian el lugar, así que el destino de todos esos objetos de veneración es el cubo de la basura.
Pero, para bien o para mal, mi insensibilidad no acaba ahí. A mi regreso a Barcelona me enfrasqué de lleno en la obra completa de los californianos, intentando ir más allá de sus sempiternos clásicos. No hubo manera. Como me ha sucedido con otras vacas sagradas (Pink Floyd, The Beatles, Rolling Stones...), el tiempo y esfuerzo invertidos indagando en sus canciones más oscuras se saldó con resultados poco satisfactorios. Algo comprensible si tenemos en cuenta que no conecto con algunos de sus temas considerados clásicos. Sólo tengo que escuchar el último recopilatorio aparecido al mercado, el que conmemora su 40º aniversario, para comprobar que de los 34 cortes incluidos apenas la mitad son capaces de mantenerme atento. El resto me aburre sobremanera.
El paso siguiente al intento frustrado de adentrarme en su discografía era volver a ver la cinta 'The Doors', y, esta tarde, por fin, mientras planchaba unas camisetas, me he puesto a la labor. De la película ya se ha hablado demasiado, así que no pienso alargarme con el tema; sólo comentaré que no concibo cómo se le pudo adjudicar un papel a la jodida Meg Ryan en un film de estas características. Y sí, ya sé que a muchos os resultará duro ver al bueno de Val Kilmer interpretando al Rey Lagarto, no lo pongo en duda, pero es que a la mentecata de la Ryan deberían haberle prohibido pisar un plató en el mismo instante que decidió presentarse a un cásting. ¿Qué clase de conjunción astral ha hecho posible que esta tipeja se haya labrado una carrera? Que alguien me lo explique, por favor, porque no logro entenderlo. Por desgracia, el despropósito del film no se limita a la presencia esta tipa. Nunca me he interesado por Morrison, Manzarek y compañía, jamás he leído una biografía suya ni nada parecido, así que no puedo decir si lo que se cuenta en la peli contradice, o no, lo que se ha escrito respecto a la banda; pero, según declaraciones de los tres miembros supervivientes, lo que Oliver Stone nos relata carece totalmente de fundamento. Que si el retrato que se hace de Morrison es demasiado simplista, que si sólo se centra en su figura y pasa del resto de componentes, bla, bla, bla... Sea como fuere, independientemente del grado de veracidad empleado en la redacción del guión, 'The Doors', la película, no es más que la manida historia de un rockstar que experimenta el auge y la -correspondiente- caída a base de alcohol, fornicio y droga, mucha droga. Un sermón que ya nos han explicado cien mil veces con anterioridad, y que a estas alturas a nadie le interesa, joder. Y menos viniendo de un cocainómano confeso como el puñetero Stone(d). Ya puestos, un detalle cachondo por su parte, dado su gusto por las conspiraciones gubernamentales (recordad 'J.F.K.'), es que en el tramo final de la película hubiese introducido un guiño a alguna de las absurdas teorías que tratan de explicar la muerte de Jimbo (mi preferida es la que coloca en el punto de mira a los manazas de la CIA). Eso al menos hubiese arrancado alguna sonrisa entre los espectadores.
Pero bueno, ya he hablado demasiado de la dichosa peliculita. Tal como he dejado entrever más arriba, jamás me he considerado fan de The Doors, y, aunque no soy de la opinión de Bible of the Devil -quienes aseguran que 'Jim Morrison es un idiota sobrevalorado'-, siempre he pensado que de pretenciosidad andaban más que sobrados nuestros protagonistas. Una apreciación imputable, por una parte, al nefasto influjo del biopic de marras (tanto misticismo indio de por medio acaba por joderle la tarde a cualquiera), y a la propia idiosincrasia de la banda, en la que se pueden encontrar motivos más que suficientes para cogerles un poco de tirria. Un lenguaje cargado de simbolismo, el peso de la influencia literaria, el halo de hermetismo... Se me hace bastante cargante, la verdad. Sin ser tan pedantes como Leonard Cohen, no hay duda que The Doors no resultan tan accesibles como su popularidad podría hacer suponer. Y que conste que no tengo nada en contra de quienes ostentan con orgullo su intelecto, pero cuando su discurso me llega en un envoltorio rockero sólo lo soporto en pequeñas dosis. De cualquier forma, hete aquí mi pequeño homenaje a aquél que, una noche de julio de 1971, se marchó de este mundo a la francesa, sin decir adiós. R.I.P.